El duelo se manifiesta con determinados síntomas y aunque no todos reaccionamos de la misma forma, ya que cada duelo es único y diferente a los demás, existen sintomatologías comunes que podemos dividir en cuatro áreas:
El duelo es una reacción normal de adaptación ante una pérdida importante, un proceso que todo ser humano necesita realizar para superar las pérdidas, ya sea la muerte de un ser querido, una ruptura de pareja, etc.
A lo largo de este proceso, la persona realiza una serie de tareas psicológicas que le permiten asumir lo ocurrido, gestionar el dolor emocional, adaptarse a la nueva situación y superar la pérdida, integrando lo ocurrido en el conjunto de su vida.
No es una enfermedad ni un trastorno psicológico sino un proceso natural y sano.
El duelo se manifiesta con determinados síntomas y aunque no todos reaccionamos de la misma forma, ya que cada duelo es único y diferente a los demás, existen sintomatologías comunes que podemos dividir en cuatro áreas:
Todas las mencionadas en el apartado anterior son manifestaciones normales del duelo que, habitualmente, van evolucionando y disminuyendo con el paso del tiempo, hasta su completa desaparición.
Durante ese periodo, la persona que está en duelo tiene un papel activo en su recuperación, ya que necesita llevar a cabo una serie de tareas para poder elaborar la pérdida satisfactoriamente. Quienes evitan alguna de estas tareas se encuentran con dificultades para recuperarse por completo.
En este sentido, hablamos de “tareas del duelo”, una serie de trabajos de tipo psicológico que necesita realizar aquella persona que ha de superar una pérdida.
Un profesional especializado puede prestarnos su ayuda para identificar y completar estas tareas que no hemos realizado, permitiéndonos avanzar en el proceso y facilitándonos su resolución.
El duelo es un proceso activo; si has sufrido una pérdida, lo que te ayudará a superarla no es el mero paso del tiempo, sino lo que tú hagas en el transcurso de ese periodo.
Para elaborar un duelo, bien sea por la muerte de un ser querido o por otras pérdidas significativas, necesitarás realizar paulatinamente estas cuatro tareas del duelo:
Tras la sensación de incredulidad o shock que suele aparecer en los primeros momentos es necesario ir poco a poco e intentar mirar de frente, paulatinamente, la realidad de lo que ha ocurrido.
Debemos experimentar y expresar el dolor emocional (tristeza, enfado, miedo al futuro, sentimiento de soledad, etc.), sin embargo, debemos hacerlo de una manera sana. Es normal que la toma de consciencia de la dura realidad nos provoque emociones dolorosas, por eso necesitamos encontrar formas adecuadas de encauzarlas y expresarlas.
La pérdida que acabamos de sufrir provoca cambios en nuestra vida y tenemos que adaptarnos a ellos. Dependiendo de quién era esa persona para nosotros (pareja, madre, hijo, etc.), puede que tengamos que organizar de nuevo nuestras actividades cotidianas: horarios, tareas domésticas, etc. En definitiva, aprender a vivir sin la persona querida. Además de este tipo de adaptaciones, probablemente nos plantearemos otras más profundas (quién soy yo en esta nueva etapa, qué sentido tiene mi vida, etc.).
La última tarea consiste en aprender a recordar, es decir, a hacerlo de una manera que no nos duela para poder así continuar con nuestra vida. A veces, la culminación con éxito de esta fase requiere que desechemos un cierto sentimiento de culpabilidad y que reconozcamos nuestro derecho a seguir viviendo.
No existe una única manera de pasar el duelo. Aunque cada persona es diferente y asume su propia evolución, encontramos estadios comunes por los que transitan quienes han sufrido una pérdida importante.
Las etapas del duelo han sido propuestas por varios autores con algunas diferencias. Entre las clasificaciones más conocidas encontramos la planteada por Elisabeth Kübler-Ross, psiquiatra suizo-estadounidense y una de las mayores expertas en procesos de duelo y cuidados paliativos a nivel internacional, que distinguió de forma muy acertada cinco pasos o etapas del duelo que se detallan a continuación.
La negación, sensación de irrealidad y la incredulidad, muy frecuentes en los primeros momentos, sirven a las personas en procesos de duelo como protección y como distanciamiento emocional temporal de la crisis. Se trata de una respuesta adaptativa gracias a la cual ganamos el tiempo suficiente y necesario para ir asimilando una realidad demasiado dura. Expresamos nuestra negación a través de frases del tipo: «No, esto no me puede estar pasando” o «Es una pesadilla de la que voy a despertar».
Reconocimiento de la verdad. Somos conscientes de que la negación no puede continuar y aparecen los siguientes pensamientos: “¿Por qué a mí? ¡No es justo!”, “¿Cómo me puede estar pasando esto a mí?”. Surgen el enfado (a veces en relación con familiares o amigos, ira contra los médicos o contra el equipo que ha atendido al fallecido), etc. En ocasiones, también afloran sentimientos de envidia ante cualquier individuo que simboliza vida o energía.
Compromiso con la verdad. En el caso de los enfermos terminales, por ejemplo, esta fase o etapa se simboliza en frases como: «Por lo menos, que me dé tiempo a asistir a la boda de mi hija», «!Que llegue a conocer a mi nieto!» o «Al menos, que no sufra”.
Tristeza, abatimiento ante la dura realidad de la pérdida. Difiere de un trastorno depresivo, ya que en el caso del duelo, esa tristeza es normal y, a medida que avanza el proceso, va disminuyendo hasta desaparecer finalmente.
Reconciliación con la verdad, apertura al presente. La sensación de vacío se atenúa y somos capaces de mirar al futuro con optimismo, de planificar y emprender nuevos proyectos, en definitiva, de retomar las riendas de nuestra vida. El superar esta etapa adecuadamente abre el camino a la resolución del duelo.
Estas fases no son experimentadas exactamente igual por todo el mundo ni ocurren siempre en el mismo orden, pero el conocerlas nos ayuda a comprender los sentimientos que estamos atravesando.
Quienes se encuentran inmersos en alguna de estas cinco etapas no deben forzar la velocidad a la que van evolucionando, sino que han de respetar su propio ritmo y ser conscientes de que, poco a poco, van a dejar atrás cada una de las fases, asumiendo que el estado final de aceptación va a llegar.
No existe un tiempo determinado de antemano, sin embargo, podemos decir que el duelo ya se ha resuelto cuando la persona ha concluido las cinco tareas descritas anteriormente y puede centrar su energía en el presente, recuperando las ganas de vivir.
Cada uno de nosotros avanzamos en nuestro proceso de duelo a un ritmo diferente, de hecho, existen numerosas circunstancias que influyen en esta evolución. La forma en la que experimentamos el proceso de duelo, el que resulte más o menos traumático o doloroso, depende de muchos factores:
Siempre y cuando las manifestaciones a nivel físico, emocional, cognitivo o conductual descritas anteriormente persistan en el tiempo afectando al desarrollo de nuestra vida diaria.
Si el dolor emocional continua o se agudiza, si superar el duelo está resultando muy complicado o si las emociones negativas se han instalado en nuestro día a día es recomendable acudir a un psicólogo o una psicóloga especialista en duelos.
Algunas personas piensan que la ayuda de un psicólogo o psicóloga especialista en duelos solo es necesaria cuando no se dispone de familia o amigos que nos apoyen. Sin embargo, ocurre a menudo que aunque tengamos cerca a personas que nos quieren, estas no saben cómo llevar el duelo y, a pesar de sus buenas intenciones, no consiguen que su ayuda sea efectiva.
En otras ocasiones, nuestros familiares o amigos están también abatidos por la pérdida y se ven incapaces de afrontar ellos mismos la situación y de apoyarnos a nosotros.
Por otro lado, a veces, cuando nos sentimos desbordados por nuestras propias emociones, nos cuesta mucho más abrirnos a nuestros seres más cercanos para no hacerles sufrir, por pudor o porque creemos que nadie nos puede ayudar.
En todos estos casos, la ayuda de un o una terapeuta supone un punto firme que puede sostener y acompañar el proceso de recuperación.